LOS GESTOS
Acaso obrar sea mas simple de lo que se enuncia; no habrá, de ser así, mayores riesgos que la ampulosidad y la exageración. Permítanme la digresión.
Cada acto merece un reconocimiento. Los propios, fundamentalmente, una crítica. En tanto posible, los de los demás, nuestro respeto y consideración
Finalmente, su síntesis será la vida en común, la interacción, el devenir de los días y la realización de nuestros destinos
Omitidas las pequeñas cotidianeidades, que apenas importan un ejercicio de naturaleza, son las decisiones las que suponen mayores afectaciones, atentando contra el porvenir de unos y otros, de sí y los demás.
Resultado del análisis de las contradicciones, la opción ejercida supone una preexistente valoración: el camino correcto, lo mejor, lo mas viable. Nunca lo único: Dios no ha habilitado esa chance.
En ese camino, están quienes recorren la senda equilibrando pobrezas y avaricias, pretensiones y autosatisfacción. Protección, la mayoría de veces. Sorprendentemente, a través de esa vía hay una lógica evolución. La historia, paladín objetivo, se ha formado en gran parte desde ese lugar.
Va de suyo que el personal instinto de conservación supone construcción de vida, y de vida usual. La suma de esas conductas hará el lugar común, no necesariamente un lugar mejor
En las antípodas, están quienes resuelven en función de un instante: una angustia, la insatisfacción, el error, la imposibilidad. La discrepancia, quizá. Todo es merecedor de examen, de culpa. Y aunque su porvenir esté en juego, ponen a disposición universal un gesto: distinto, imbricado. Pero por sobre todas las cosas, tenaz, poderoso y afectado; un verdadero cachetazo universal, una respuesta a la obviedad y a la insignificancia.
Renunciamientos hacen leyenda; nuestra propia mediocridad nos impide su reconocimiento a tiempo. Gloria a la dignidad gestual; gloria, a quienes destruyen la lógica con actos que los redimen y reducen, para luego elevarse, para mirar desde otro sitio –mejor-, nuestra cotidiana mezquindad.
Acaso obrar sea mas simple de lo que se enuncia; no habrá, de ser así, mayores riesgos que la ampulosidad y la exageración. Permítanme la digresión.
Cada acto merece un reconocimiento. Los propios, fundamentalmente, una crítica. En tanto posible, los de los demás, nuestro respeto y consideración
Finalmente, su síntesis será la vida en común, la interacción, el devenir de los días y la realización de nuestros destinos
Omitidas las pequeñas cotidianeidades, que apenas importan un ejercicio de naturaleza, son las decisiones las que suponen mayores afectaciones, atentando contra el porvenir de unos y otros, de sí y los demás.
Resultado del análisis de las contradicciones, la opción ejercida supone una preexistente valoración: el camino correcto, lo mejor, lo mas viable. Nunca lo único: Dios no ha habilitado esa chance.
En ese camino, están quienes recorren la senda equilibrando pobrezas y avaricias, pretensiones y autosatisfacción. Protección, la mayoría de veces. Sorprendentemente, a través de esa vía hay una lógica evolución. La historia, paladín objetivo, se ha formado en gran parte desde ese lugar.
Va de suyo que el personal instinto de conservación supone construcción de vida, y de vida usual. La suma de esas conductas hará el lugar común, no necesariamente un lugar mejor
En las antípodas, están quienes resuelven en función de un instante: una angustia, la insatisfacción, el error, la imposibilidad. La discrepancia, quizá. Todo es merecedor de examen, de culpa. Y aunque su porvenir esté en juego, ponen a disposición universal un gesto: distinto, imbricado. Pero por sobre todas las cosas, tenaz, poderoso y afectado; un verdadero cachetazo universal, una respuesta a la obviedad y a la insignificancia.
Renunciamientos hacen leyenda; nuestra propia mediocridad nos impide su reconocimiento a tiempo. Gloria a la dignidad gestual; gloria, a quienes destruyen la lógica con actos que los redimen y reducen, para luego elevarse, para mirar desde otro sitio –mejor-, nuestra cotidiana mezquindad.
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